Por Lida Prypchan
Muy pocas personas se libran de la ansiedad, excepto Sigfrido, el héroe de los Nibelungos, quien nació libre de toda ansiedad. Pero fue un raro privilegio. Las preocupaciones son el lastre histórico de la humanidad.
Como ejemplos típicos tenemos al director de empresa que observa como una persona más joven le quita el poder y toma su lugar o al estudiante que cuenta nerviosamente los días que lo separan de un examen trascendental para su porvenir.
Como se puede ver, la angustia en sí misma no es anormal, es simplemente una respuesta global de la personalidad ante situaciones que se muestran amenazantes. Subjetivamente, se caracteriza por un estado de incertidumbre, aprensión, tensión e impotencia ante una amenaza que percibimos sea en forma vaga que de una manera precisa.
Sin embargo, no hay que pensar que en la angustia todo es negativo, ya que en algunos casos, y dependiendo de las personas, puede ser un acicate que impulse al individuo a la realización de algo que realmente le importa.
Pero la angustia se vuelve irracional cuando exageramos el nivel de preocupación, es decir, cuando en todas nuestras actividades o en la mayoría, dejamos que ésta destruya nuestros pensamientos y ahí si es verdad que la cuestión se complica porque esta ansiedad extrema podría fácilmente llevarnos a la depresión o más aún: al suicidio.
En cuanto a su origen, se ha comprobado que la angustia tiene una raíz genética, pero influye, y en mayor grado, el ambiente en que se desenvuelve el individuo. Es por eso que en una sociedad como la actual, el exceso de población, el tráfico automotor, el atiborramiento, la neurosis, y la lucha por “no ser menos que el vecino” producen una tensión desmesurada en los individuos.
En el caso particular de Venezuela que hay pocos hombres preparados para hacer frente a la cuantiosa demanda de hombres calificados para suplir las necesidades del país, vemos que estos pocos hacen el trabajo de varios.