Por Lida Prypchan
Al soltero o a la soltera que viven de modo distinto a lo convencionalmente aceptado por la sociedad, con frecuencia se les trata con condescendencia, se les somete al ostracismo e incluso son considerados extraños y locos por aquellos que llevan una vida normal. La gente que ridiculiza al excéntrico solitario, secretamente puede que tenga miedo, porque el solitario rechaza y amenaza su estilo de vida establecido.
La reclusa puede tener cualquier edad – una adolescente talentosa, una mujer divorciada, soltera o viuda, una mujer saliendo de la crisis de la edad madura, una mujer joven que escoge vivir sola – pero la mayoría de las veces esta proyección negativa se dirige a la mujer madura o anciana que ha permanecido sola, la solterona.
La reclusa es vista frecuentemente como una loca y, en efecto, algunas personas aisladas que se cierran a la vida por miedo, rabia, resentimiento o paranoia, están mentalmente perturbadas. Las solteras con frecuencia temen convertirse en “solteronas,” otra figura de reclusa de la ficción y de la vida real.
Hoy en día las solteras reciben esta proyección negativa, que puede incluir sospecha de locura o de excentricidad. Un hombre soltero es visto casi siempre como un ser libre que desea disfrutar la vida, mientras que una mujer sin un hombre, socialmente despierta lástima. La presunción de que las mujeres que están solas son infelices o dignas de lástima no sólo es condescendiente sino que a menudo refleja el temor a la soledad dentro del hombre o de la mujer.
Estar sola y ser incapaz de sobrevivir por sí misma es uno de los temores más grandes de la gente que se dedica a fomentar las relaciones o que no han desarrollado una vida interior rica, o que no han logrado la paz consigo mismos. Para evitar enfrentar el desafío de dar vueltas en torno al acoso de la soledad, la cual tarde o temprano a todos nos llega, mucha gente proyecta su aversión a la soledad en la mujer sola.
Comprender la diferencia que existe entre la soledad y la desolación es esencial para el paso de la reclusa rehén del aislamiento y la paranoia hacia la mujer que valora y crece en la soledad. Cuando se escoge la soledad, ella sirve de fundamento a la vida espiritual y nutrición del alma. Tiene muchas complejidades: gentileza, intensidad salvaje, introspección y contemplación, éxtasis, serenidad, asombro, una energía divina silente, paz interior y exterior.
La soledad no nos aparta del sufrimiento. Pide el sacrificio de algunas partes de sí mismo y exige algún aspecto de nosotros para podernos conectar con algo más grande. Tal como dice el poeta Rilke “el amor no es posesión”. Más bien el amor significa “que dos soledades se protegen, se bordean y se saludan la una a la otra”. La experiencia de la soledad puede traer un sentido de unión que fortalezca las relaciones.
Al contrario, la desolación con frecuencia nos hacer sentir abandonados, rechazados o perdidos. Nos sentimos víctimas, desesperadas y en conflicto, un juguete del destino. Una persona puede sentirse en mayor soledad estando en medio de un grupo o con alguna otra persona que cuando esta sola consigo misma, cuando puede sentir con mayor intensidad las proyecciones compasivas de los otros.
Sin embargo, en la soledad encontramos las semillas de la propia curación porque la ansiedad y el terror pueden ser el umbral hacia el asombro y la auto-comprensión consciente.
Referencias Bibliográficas
- Leonard L. La Locura Femenina: Un Reto Interior para el Espíritu Femenino. Centro de Estudios Junguianos. Caracas. 1999.
- Rilke RM. Letters to a Young Poet, trans M. D Herter Norton. New York. 1963.