Existen muchas clasificaciones para agrupar los tipos de seres humanos que pueblan nuestro planeta, una de esas clasificaciones es: introvertidos y extrovertidos. En la práctica, esta clasificación podría ser ambigua y poco práctica, ya que las personas son introvertidas y extrovertidas a la vez, sólo que es un proceso alternante: la clasificación cobra su mayor importancia cuando la analizamos según la frecuencia de presentación de la introversión o la extroversión.
Si un individuo es la mayor parte de su tiempo introvertido, se le encajona con la denominación de introvertido y, si se comporta totalmente diferente se le estigmatiza definiéndolo como extrovertido. Sin embargo, he conocido a fondo a varios individuos que representan los estados intermedios de personalidad.
Son introvertidos, aparentando ser extrovertidos. Son simpáticos, sociables y a la vez, es tal su “reserva” o su “cuidado” que en el fondo son unos perfectos introvertidos. Para mí, es introvertido, aquel individuo que no comparte su vivencia interior con otros.
Pero lo cierto, es que se puede ser introvertido con la humanidad entera y, ser totalmente extrovertido con una sola persona en el mundo. Así vemos mujeres, que sólo logran compartir su vivencia interior con su madre, o con su esposo, y con más nadie en el mundo. También es cierto, que la vida la volvemos a veces, una división en compartimientos.
Compartimos unas cosas con algunas personas y, otras con personas distintas. Tenemos compañeros de trabajo, compañeros de estudio, compañeros de baile, con algunos de ellos peleamos, con otros hacemos el amor, con otros practicamos un idioma, con otros compartimos unos tragos. Es necesario reconocer que, es imposible compartirlo todo con un solo ser en el mundo.
Nos hacen falta otros muchos seres que compartan con nosotros otras actividades y funciones de la vida. Por ello, las relaciones amorosas entre personas que quieren absorberse y encarcelarse mutuamente, terminan tan pronto y tan mal, habiendo comenzado de la mejor manera. Hasta que después de muchas rupturas y, sufrimientos e incertidumbres, se dan cuenta que es necesario dejar respirar al otro, para poder amar y recibir amor recíprocamente, y no quejas y desaciertos.
La introversión influye mucho en las relaciones amorosas. Yo pienso, que el introvertido, tiene más problemas porque internaliza el amor, en muchas ocasiones es incapaz de expresar lo bello y, lo feo que le inspiramos. Siente él solo, el sentimiento lo consume. Deja una conclusión: satisfacción o frustración. Luego, al pasar los días, llega un momento límite y, posteriormente explota y todo aquello que nunca fue capaz de decir, lo dice en dos o tres horas, en estado ansioso, colérico, incontenible, llorando o disfrazado de ironía. ¡Mil formas!
Es sencillo deducir, pues, que los problemas residen en este caso en la mala comunicación. Las personas hablan de trivialidades, se ahogan en la superficialidad, en una aparente felicidad, muchas veces ni escuchan cuando les hablan. También aquí, podemos incluir la introversión y la extroversión, pero ahora vamos a emplear sus sinónimos: alteración y ensimismamiento. Son dos términos creados por el filósofo español, formado en Alemania, José Ortega y Gasset.
Vivir siempre hacia afuera, desparramado, atento a esto, a aquello y a lo de más allá, esto es ser extrovertido o alterado. Pero el hombre tiene la posibilidad contraria, que es encerrarse en sí mismo y buscar en su propia intimidad, para saber de sí y encontrar su última verdad; esa verdad que tal vez detesta o trata de esquivar.
El ensimismado, consigue desprenderse de las cosas, busca ser más genuino, se sorprende de su conducta, se ve a sí mismo como un desconocido… y va, de este modo, poco a poco conociéndose, sopesando su andadura, aprendiendo a conocer todo lo que ocurre a su alrededor. Pero el hombre es un ser destinado a la acción. Y, precisamente, la extroversión o su sinónimo, la alteración, significa alter (otro) y acción.
Es lógico entonces preguntarse: ¿Cómo compaginar esta aparente incongruencia? Sencillamente teniendo en cuenta que el ensimismamiento, el camino de la introversión va seguido de una etapa de actividad práctica, de poner en obra, aquello que serenamente se ha ido elaborando en el sosiego del reposo interior.
El ensimismamiento lleva a la soledad. Y la angustia lleva al desamparo. El desamparo es una provincia muy cercana a la soledad. Y es sólo en la soledad, desde donde el hombre puede pensar en reconstruir su existencia, alejado del bullicio y de la tentación de esquivar su propio ser, para ocuparse de lo que pasa en la vida de los demás, huyendo de sí mismo. En el ensimismamiento, el hombre se desnuda y queda frente a frente consigo mismo.
La soledad hace que tomemos conciencia de que somos intransferibles. La angustia, que puede estar presente o no, en la soledad (hay soledades placenteras), vivimos la soledad, con unas notas especialmente agonizantes, como algo tenebroso que se aproxima y, flota a nuestro alrededor, hasta llegar a envolvernos con su neblina. En la angustia, el hombre se siente irremediablemente solo. En la angustia, el hombre vive el desamparo, la soledad más radical y última de todas las posibles soledades.
Parece que hoy todo está montado para que el hombre no piense, para que no reflexione, para que participe de una manada amorfa que se altera por los continuos estímulos de la sociedad moderna, que de mil modos, le piden atención para distintas y variadas cosas. Es la dispersión. Es el afán de novedad trivializada. De aquí, a vivir una vida anónima, no hay más que un paso.
Así, el hombre se va poniendo cada vez más fuera de sí mismo. Y esta forma de vida, fuera de sí mismo, no hace sino conseguir una aproximación a la forma de vida animal, haciendo descender al hombre y caer en la animalidad. El ensimismamiento, no sólo consigue lo contrario, sino que además, a medida que hay más espíritu en la naturaleza humana, hay más posibilidades de angustia. A más espíritu, más angustia. Por eso las bestias no sufren de angustia y, lamentablemente, existen seres humanos que tildarlos de bestias sería un insulto a la especie animal.