LA IRRACIONALIDAD Y EL PENSAR

Por Lida Prypchan

El hombre moderno está asombrosamente dispuesto a creer. Por lo común  su opinión se adecúa a la de su pequeño círculo social. Pero cuando los hombres se congregan, cobran un carácter más sentimental, más femenino.

En su mayoría, el pueblo, en una manifestación masiva, se encuentra en una disposición de ánimo y un espíritu a tal punto femeninos, que sus opiniones y sus actos son determinados mucho más por la impresión producida en sus sentidos que por la pura reflexión.

En resumen, se dirá que existe predominio de la imagen frente a la explicación, de la brutalidad frente a la racionalidad.

La irracionalidad y la naturaleza instintiva del comportamiento humano fueron los parámetros en que se concentró Hitler para guiar a la muchedumbre alemana. Y el mundo conoce muy bien cómo acabó esa máquina gigantesca cuyo cerebro era Goebbels y cuyo ejecutor fue Hitler.

Sin embargo, muy probablemente se han seguido creando de métodos para hacer aflorar la irracionalidad de los hombres.

Una teoría existente es la siguiente: los niños probeta, desde sus primeros días, estarán en contacto con melodiosas y sugestivas palabras que condicionarán su manera de pensar. Por consiguiente, crearán autómatas que se sacudan cuando haya que sacudirse (según las normas predefinidas) y que griten cuando se les pida o exija que lo hagan.

Lamentablemente carecerán de ideología propia, de libertad para pensar. Quizá éste pueda llegar a ser el futuro político del mundo. Y para mantener el poder ilimitadamente, como suele suceder en los regímenes totalitarios, tendrán que ingeniárselas para crear formas de producir efectivamente locura colectiva.

Por ejemplo si quieren despertar un sentimiento como el odio: sentarán a la muchedumbre frente a una pantalla y le dirán exactamente lo contrario de las enseñanzas que les proporcionaron desde el nacimiento. De esta suerte, al poner a la masa a gritar de ira ante sus “opositores que preconizan enseñanzas contrarias a las suyas”, se conseguirá mantenerlos a raya, creyentes fieles de la farsa en que estarán viviendo.

Y después de estos minutos de irracionalidad, los que tengan capacidad de darse cuenta que han estado participando en una farsa, pensarán: “Yo que estoy en contra de estas ideas, resulta que vine aquí con la intención de no dejarme llevar por esta horrible película que exalta el odio, y me he visto a mí mismo y a quienes me rodean, como si todos fuéramos unos dementes: lanzando incontenibles exclamaciones de rabia y sintiendo miedo e ira al mismo tiempo”.

Ahora bien, después de esta larga nota explicativa, puede usted amigo lector, encontrarle sentido a la frase inicial del presente artículo: “El hombre moderno está asombrosamente dispuesto a creer”. Quizá porque ésta es la era del fastidio en que las máquinas han despojado al hombre de la acción y tienen ante sí el reto de practicar el “difícil oficio de pensar”.

¡Y qué intrincado es el arte de pensar!

¡Es más fácil y más cómodo dejarse llevar por la corriente que ir en contra, pero por lo menos saber que no se ha sido indolente!

Cuando escribo sobre el complejo arte de razonar, de tener un criterio propio, no me refiero a aquellas personas que citan tres frases sabias pero que cuando se requiere afrontar resulta que son unos hipócritas, unos seres que aparentan buscar el conocimiento para alimentar su amor propio, para lucirse, para auto engañarse creyendo que han mostrado un “profundo saber”, o para alimentar su pobre y hambrienta vanidad.

Las conclusiones que se logran después de mucho estudio: eso es lo que vale. El amor por el estudio, el ansia de encontrar explicaciones ante un mundo lleno de fascinantes interrogantes: eso es lo que vale.

El aparentar es una ilusión que dura poco tiempo porque no hay verdadero interés personal por el saber, por el profundizar en los análisis. Deslumbrar a tontos es tarea vieja y muy usada en la vida diaria, es una tarea muy conocida y sólo la ejercen los tontos. Es un proceso de tontos dirigidos a tontos.

La conclusión sería la siguiente: “De mil páginas se obtienen ideas y de ellas surgen, a su vez, innumerables dudas; y luego de sumergirse en este mar de incógnitas y pensar y analizar y volver a pensar por tiempo ilimitado surgen ideas nuevas y concretas”. En la medida en que una persona se enriquece por medio de la lectura y de vivencias significativas, el proceso se vuelve una cadena que relaciona lo que en un pasado se aprendió con los nuevos aprendizajes.

¡No hay que dejarse engañar: las conclusiones no nacen de un día para otro!