Por Lida Prypchan
No le dedicaré ni siquiera una línea a la explicación científica del SIDA, pero sí le dedicaré el artículo entero a un análisis social, es decir hablaré sobre las consecuencias sociales del síndrome y algunas pertinentes reflexiones. Es preciso, ilustrativo e incluso divertido, que exprese qué es lo que me motiva a escribir sobre las implicaciones sociales del SIDA.
Me encontraba en una pequeña reunión y una mujer, por cierto en trámites de divorcio, dijo: “Mi esposo y yo, a pesar de estar ahora separados, somos grandes amigos, hasta me atrevería a decir que nos la llevamos mejor que incluso en la época en que éramos novios, pero el divorcio es necesario, sin embargo a raíz del conocimiento del SIDA me digo a mí misma con ansiedad: ni siquiera vas a poder acostarte con tu esposo porque quién sabe con cuántas mujeres estará haciendo el amor, si es eso lo que llaman hacer el amor, por otro lado, hacer el amor con otro, incluso hasta besar a otro, me produce temor no vaya a ser que me contagie”.
Cualquier persona que lea este artículo supongo que también podrá recordar algunos de los comentarios que al respecto ha escuchado y, seguramente algunos serán muy divertidos.
Es obvio pues, que mi intención es escribir sobre la promiscuidad. Y escribir sobre esto me obligaría, indiscutiblemente, a tocar otros controversiales temas como el machismo, el hembrismo, el feminismo, la infidelidad, la homosexualidad, en fin, temas que de manera global tocaré y en posteriores oportunidades profundizaré.
Inicialmente la revelación de la existencia de este síndrome produjo una reacción lenta y desconcertante en la opinión colectiva. No sucedió lo mismo a nivel científico. Fue a raíz del padecimiento del actor Rock Hudson, de haberse declarado homosexual y seropositivo, y de posteriormente sacar a la luz pública todo lo que se ha investigado sobre esta enfermedad, su forma de contagio, número exacto de casos en distintas regiones del mundo, etc., que esta patología sorprendió de manera tan llamativa al mundo entero.
Fue algo así como la gota que colmó el vaso. Reveló lo que ya muchos sabían, ya fuese por experiencias personales o a través de películas. Expuso la gran promiscuidad heterosexual, y más acentuada aún, la homosexual: la práctica común de conductas como encuentros con desconocidos en bares y sin siquiera saber sus nombres irse con ellos a la cama; o la práctica – más común de lo que se cree – de intercambio de parejas, ya sean novios, esposos o amigos, en reuniones sociales; en otros casos la práctica en boga de hacer el amor el fin de semana no importa con quién, el hecho es poder jactarse de ser moderno o moderna.
La promiscuidad significa mezcla confusa, proviene de una acepción del verbo “promiscuar”: Participar indistintamente en cosas heterogéneas u opuestas, físicas o inmateriales.
En nuestros tiempos, al parecer, son tan promiscuos los hombres como las mujeres, y creo que es obvio y fácilmente deducible por qué son promiscuos. Es algo así tan controversial como el tema de la infidelidad (me refiero a la infidelidad que se convierte en un hecho real, físico, no a la infidelidad mental que por lo que veo la padecemos todos, excepto en aquellas épocas en que estamos tan enamorados que estamos ciegos).
Las mujeres dicen que los hombres son más infieles, los hombres dicen, los indiscretos, que es al contrario, otros, los más discretos, se limitan a sonreír. Leí en un libro del psiquiatra y psicólogo español Emilio Mirá y López que es igual el número de infidelidades masculinas que de las femeninas y también lo escuché recientemente en un programa televisivo. Argumentaban estas dos fuentes que las primeras experiencias sexuales de muchos hombres eran con mujeres y no precisamente las solteras sino las casadas insatisfechas o las casadas satisfechas pero con deseos de tener una experiencia con un hombre inexperto, al fin y al cabo, la mente humana no se puede clasificar y mucho menos entender fácilmente.
Pero, en cuanto al modo de operar, si hay diferencias notables entre un hombre y una mujer. Socialmente es permitida la infidelidad masculina y no la femenina, esto hace que siendo la mujer más astuta busque la mayor discreción posible.
Otra de las conclusiones que pude sacar es una conclusión histórica: la historia es circular, se repiten los mismos fenómenos cada determinado tiempo, es decir, después de la tormenta viene la calma, después del desorden el orden, y luego se invierten los sucesos.
Conclusión final: hay que cuidarse el cuerpo. Volverá la época de los amores prolongados, del conocimiento y entrega progresivos. Es paradójico que sea una enfermedad la que obligue a la humanidad a ser selectiva a la hora de amar con su cuerpo, quizás esto la lleve a aprender a amar con su alma, ya que aparentemente lo ha ido olvidando a través del tiempo.