Por Lida Prypchan
La agresividad es un tema que nos concierne a todos los citadinos inmersos en las selvas de concreto. Nos concierne porque esta actitud ante nuestros semejantes tiene una de sus raíces en la despersonalización que induce la vida en las ciudades; es consecuencia de las injusticias que en ellas observamos a diario, de la prisa, del tráfico…
Uno de los más vivos ejemplos de la agresividad citadina es la actitud de los automovilistas. En nuestras ciudades sucede día a día que muchos conductores, a pesar de las regulaciones, de querer pasar con sus carros por encima del resto de los vehículos. Pareciera que fuese la manera que con que cuentan algunos conductores de descargar sobre otros sus problemas.
A menudo a los peatones les resulta casi imposible atravesar las calles con tranquilidad.
Nadie le da paso a nadie, algunos vivos se colean, las cornetas hacen estallar los tímpanos, unos gritan vulgaridades e insultos a otros y nadie le da paso a nadie. Ya no se ve lo que antes se veía: que un caballero cediese un lugarcito en una cola a una dama, lo que importa es llegar rápidamente.
En un automóvil el peligro reside en el hecho de que su conductor no reconoce al conductor del otro automóvil como un individuo, ni siquiera como un ser humano; para él tiene ante sí una marca y/o un modelo de vehículo. Esto explica el comportamiento extremadamente brutal de los automovilistas.
El peor aspecto del comportamiento humano se revela al máximo en el comportamiento de las personas cuando conduce un automóvil. Es posible ver personas disputándose con otros conductores al punto salir de su auto para entablar verdaderas peleas boxísticas. Según Konrad Lorenz se manifiesta el resultado del desequilibrio de una persona cuando se le encierra en una cajita; lo que se obtiene no es un ser humano sino un motor, una fuerza inerte y brutal.
Otra causa generadora de agresividad es la explosión demográfica – junto a la explosión tecnocrática, que genera competencia y por ende ansiedad, tensión y agresividad -, esto se ha comprobado científicamente. Lo hizo el mismo Konrad Lorenz en un estudio sobre los peces. Este estudio muestra que la tasa óptima de agresividad es directamente proporcional a la tasa de población; no obstante, se observa que si la población aumenta por encima de cierto nivel la agresividad disminuye paradójicamente.
Así pues, si los peces se encuentran en un número razonable, la agresividad es mínima, para alcanzar su punto máximo con cierto nivel de población y disminuirla finalmente cuando la densidad de población es aún más alta.
La explosión demográfica conjuntamente con la explosión tecnocrática, significa que cada hombre puede beneficiarse de un campo de conocimientos cada vez más restringido, requiriendo cada vez más de niveles de experticia a fin de poder competir con los demás. Irónicamente, hace unos años, se hablaba del especialista que tenía cada vez más conocimientos sobre menos cosas y terminaba conociendo todo sobre nada, o del internista que sabía cada vez menos sobre muchas cosas y que finalmente no sabía nada sobre todo.
Dependemos cada vez más del experto. La pequeña fracción de conocimientos técnicos que un hombre pueda poseer llena su tiempo, desborda su vida, su capacidad de aprendizaje hasta tal punto que ya no tiene tiempo de aprender ninguna otra cosa que salga de su campo. Aquí reside uno de los mayores peligros de la urbanización y la explosión demográfica. En comparación, la agresividad sería un problema menor si pensamos en la constricción mental del hombre actual.